Pasó un ministro del emperador y le dijo a Diógenes: ¡Ay, Diógenes! Si aprendieras a ser más sumiso y a adular más al emperador, no tendrías que comer tantas lentejas. Diógenes contestó: Si tú aprendieras a comer lentejas no tendrías que ser sumiso y adular tanto al emperador
Tu alma es muy hermosa -repuso la voz grave del hombre- y te doy las gracias. No hay emperador que haya recibido regalo igual. Esta noche los ángeles lloraron en el cielo.