La novela, dicen, es un género que abarca todo, es un saco donde cabe todo, caben cuentos, teatro o acción, ensayos filosóficos o no filosóficos, una serie de temas con los cuales se va a llenar aquel saco; en cambio, en el cuento tiene uno que reducirse, sintetizarse y, en unas cuantas palabras, decir o contar una historia que otros cuentan en doscientas páginas.
Su ayuda es mi sueldo. Su sueldo es la cuadratura de mí círculo, que saco con los dedos para mantener su agilidad. Su calculadora es mi mano a la que le falta un dedo con el que me prevengo de los errores de cálculo.
Todo soldado francés lleva en su mochila el bastón de mariscal
Hada fiel que mi dicha con sus hechizos forja, es moneda en mi alforja y en mi ruleta es ficha.
Aquí, colgado en el bosque. El mundo va haciendo el tiempo: su corteza se arruga como piel de elefante: sobre la piel, gusanillos y gusanillos. Los gusanillos van haciendo el tiempo: es su espíritu el que se encoge como una uva que se seca. Amor, odio, risa. He perdido la medida: ya no soy un hombre: soy un muerto.
Los años arrugan la piel, pero el corazón lo arruga el egoísmo.
Algunos oyen con las orejas, algunos con el estómago, algunos con el bolsillo y algunos no oyen en absoluto.
Pero en este momento nos encontramos en la situación del detective que sabe que un hombre va a cometer un asesinato. Ni siquiera sabe con seguridad si lleva o no una pistola. No puede hacer nada, excepto seguirle y esperar a que saque el arma del bolsillo y apunte. Entonces, y sólo entonces, el detective puede dispararle o detenerlo.
Sobre el fino garabato de un tango nervioso y lerdo se irá borrando el recuerdo...