Tiemblos de farolillos de verbena y músicas de los quioscos y encendidos árboles remontaban y súbitos diluvios de cometas veloces que vertían en sus ojos fugaces resplandores. Fue la más bella edad del corazón.
Recuerdo el rostro de mi padre como un hueco en la muralla, sábanas manchadas de barro, piso de tierra. Mi madre día y noche trabajando, llantos y gritos.
Me suelo levantar pronto, grabo todo el día y, cuando llego a casa, sigo estudiando. A veces me queda un hueco para mis cosas.