Hay muchos escritos en los que no queda -como el espectáculo que ofrece un riachuelo bañando de agua clara los pequeños guijarros- sino el recuerdo de las palabras que se escaparon.
Frecuentemente hallé el dolor: vivir era el riachuelo estertoroso, agónico; la llama retorciéndose en la pira; el cabello en la ruta, inútil, roto.
Volvía a sentir los latidos de su corazón y la sangre circulando por dentro de su carne como si fuera un río de leche.
Apearse es: mientras el río de humanidad continúa históricamente adelante, yo me siento en la cuneta y los veo pasar. Porque no necesito adicciones, me quedo con todo lo que ha hecho la humanidad hasta ahora, durante muchos años