Mientras hablaba, los ojos se le cargaron de deliciosa languidez; el pecho se le agitaba. Lo estrechó ardientemente en los brazos, lo atrajo hacia sí y pegó los labios a los de él. Ambrosio volvió a sentir el deseo.
Acreedor: Miembro de una tribu de salvajes que viven más allá del estrecho de las finanzas; son muy temidos por sus devastadoras incursiones.
El único egoísta que me place es el que dice: no hay madre como mi madre, ni hija como mi hija, ni patria como mi patria.
¿Qué causa es la que voy a defender? Ante todo, mi causa es la buena causa, es la causa de Dios, de la verdad, de la libertad, de la humanidad, de la justicia; luego, la de mi príncipe, la de mi Pueblo, la de mi Patria; más tarde será la del Espíritu, y después otras mil... ¡Pero la causa que yo defiendo no es mi causa! ¡Abomino del egoísta que no piensa más que en sí!