Las cumbres de las montañas, tocadas de un tinte púrpura, se elevaban hacia el cielo creciendo desde su base, donde estaba el valle abierto, marcado sin las líneas formales del arte y las altas ramas de los cipreses y los pinos, a veces asomando por una mansión en ruinas, cuyas columnas rotas surgían entre las ramas de un pino que parecía inclinarse sobre su caída.
Sin mi cuerpo no hubiera yo tenido el infierno carnal que me dio temple, por eso en él me quedo, hasta que juntos, al mismo tiempo nos volvamos tierra.
Nunca he tenido una tristeza que una hora de lectura no haya conseguido disipar.