Fuera lucía ese cielo resplandeciente tan característico de Estambul en los días de primavera. En las calles el calor hacía sudar a los estambulíes, que aún no se habían librado de los hábitos del invierno, pero en el interior de las casas, en las tiendas y a la sombra de los tilos y los castaños seguía haciendo fresco.
Y entonces siento que soy un hombre. Y también que un hombre es algo muy importante, acaso más importante que una estrella. Esto no es teología. No me siento inclinado hacia los dioses. Pero experimento un nuevo amor por ese resplandeciente instrumento que es el alma humana; es algo maravilloso y único en el universo, siempre atacada y jamás destruida, gracias a ese tú podrás.
Me senté, mirando aquel paisaje rico en bosques, refulgente con la luz majestuosa y melancólica que a cada momento disminuía más. Los rincones de la habitación se encontraban ya en sombras. Todo oscurecía y la lobreguez insensiblemente afinaba mi mente, de por sí preparada para lo siniestro. Esperaba a solas su llegada, que no tardó en ocurrir.
Una mujer al sol es todo mi deseo, viene del mar, desnuda, con los brazos en cruz y la flor de los labios abierta para el beso y en la piel refulgente el polen de la luz
Tengo que agradecerte, Señor -de tal manera todopoderoso, que has logrado construir el más horrendo de los mundos-, tengo que agradecerte que me hayas hecho a mí tan bella en especial. Que hayas construido para mí tales tersuras, tal rostro rutilante y tales ojos estelares.
La poesía sigue proyectando su luz mortal y lacrimógena; luz vivificante del devenir humano dentro de sí mismo y no orientado hacia la conquista de nuevos metales cuya fusión dosificada estalle asolando tierras de cultura, tesoros anímicos penosamente acumulados, segando el más preciado, el más rutilante de los tesoros: la vida humana.
Tú eres luciente cristal, color de oro y nácar que encanta al mirar.
Contemplando un futuro tan amplio y luminoso como aquella avenida, y por un instante pensé que no había más fantasmas allí que los de la ausencia y la pérdida, y que aquella luz que me sonreía era de prestado y sólo valía mientras pudiera sostener con la mirada, segundo a segundo
De las almas creadas supe escoger la mía. Cuando parta el espíritu y se apague la vida, y sean hoy y ayer como fuego y ceniza, y acabe de la carne la tragedia mezquina, y hacia la Altura vuelvan todos la frente viva, y se rasgue la bruma... Yo diré: Ved la chispa y el luminoso átomo que preferí a la arcilla.
Todos los artistas tienen en común la experiencia de la distancia insondable que existe entre la obra de sus manos, por lograda que sea, y la perfección fulgurante de la belleza percibida en el fervor del momento creativo: lo que logran expresar en lo que pintan, esculpen o crean es sólo un tenue reflejo del esplendor que durante unos instantes ha brillado ante los ojos de su espíritu.
De la sangre ha salido muchas veces la hermosa libertad risueña y fulgurante
Plata fina y reluciente y oro puro si los hay... En el alma de la gente, de Argentina y Uruguay. No nos separa el río, no nos separará...
El último momento exultante que he vivido fue esta mañana, caminando a orillas del Sena. Quise gastarle una broma a un pescador. Le dije que no le iban a picar, pero no debió entenderme.
Un libro hermoso es una victoria ganada en todos los campos de batalla del pensamiento humano.
Caminando por un estrecho túnel de la alhambra, se me entrego a mí el hermoso patio de aquel antiguo palacio, serene, callado y solitario; contenía exactamente lo que debe tener un jardín bien logrado, nada menos que el universo entero, jamás me ha abandonado tan memorable epifanía.
¡Preferiría ser cenizas que polvo! Preferiría que mi chispa se queme en una brillante hoguera a que sea extinguida por seca desintegración. Preferiría ser un espléndido meteoro, cada átomo en mi en magnífico resplandor, que un soñoliento y permanente planeta.
Quiero que sepa sin embargo que todas las noches que he dormido a su lado, incluso las discusiones más inútiles, siempre fueron algo espléndido y esas difíciles palabras que siempre temí decir pueden decirse ahora: te amo.
Es comúnmente observado, que cuando dos ingleses se encuentran, de lo primero que hablan es sobre el tiempo; están impacientes por decir al otro lo que ambos deben ya saber, que hace calor o frío, que está soleado o nublado, ventoso o calmado.