Soñamos con un ideal, rezamos por él, lo llamamos, lo acechamos, y luego, el día en que se esboza, descubrimos el miedo de vivirlo, el de no estar a la altura de los propios sueños.
¿Qué pueden nuestras manos diestra y siniestra contra esta madurez de la muerte en zafra de tormentas? Si hay un reloj menudo que nos roe, burbuja con las patas de abeja y una fugaz respiración de hormiga, el corazón de almendra, cada vez más enfermo de altura eterna.
La vulgaridad es el blasón nobiliario de los hombres ensoberbecidos de su mediocridad.
Vistas las cosas en la cámara oscura del recuerdo, toman un relieve singular.
El consumo ostensible de bienes valiosos es un medio de aumentar la reputación del caballero ocioso. Al acumularse en sus manos la riqueza, su propio esfuerzo no bastaría para poner de relieve por este método su opulencia. Recurre, por tanto, a la ayuda de amigos y competidores ofreciéndoles regalos valiosos, fiestas y diversiones caras.