En verdad, la política exterior es la guerra, en el sentido de que no existe política exterior plausible si no comporta la amenaza de una guerra.
Si Dios deseaba que todo indio del Transvaal quedase reducido al estado de mendigo antes que obedecer una ley degradante, ¡entonces que así fuese!. (31 de julio de 1907, acto en el exterior de la mezquita de Pretoria).
Cuando lo superficial me cansa, me cansa tanto, que para descansar necesito un abismo.
La filosofía estudiada de manera superficial nos aleja de Dios; estudiada en profundidad, nos vuelve a El
... los príncipes no podían llevar a la guerra a ningún extranjero como mercenario.
No había nada verdaderamente idiota que un extranjero no hiciera en algún sitio.
De manera que ahora soy un ser de ninguna parte, forastero en todas; huésped, en el mejor de los casos. También he perdido a mi patria propiamente dicha, la que había elegido mi corazón, Europa, a partir del momento en que ésta se ha suicidado desgarrándose en dos guerras fratricidas
Lo malo -lo peor- de España es que no hay forma de que pase inadvertida. No cabe ignorarla. Se mete por las pupilas, atruena los tímpanos, hiere la sensibilidad, ofende la inteligencia. Su personalidad, qué duda cabe, es acusada. Quien llega a ella, indígena o forastero que sea, no puede mirar hacia otra parte. El país lo absorbe, lo implica, lo complica, lo incorpora a su metabolismo.
El capitalismo foráneo y sus sirvientes oligárquicos y entreguistas han podido comprobar que no hay fuerza capaz de doblegar a un pueblo que tiene conciencia de sus derechos
Las máquinas que se inventaron para servir al hombre en su tarea acabaron por adscribirle a su servicio; no eran ya, como las herramientas, una prolongación de su brazo, pues el hombre se convirtió en su mera prolongación, en un miembro periférico pegadizo y coadyuvante.
Esas gentes son tan silenciosas y hurañas que uno tiene la impresión de verse frente a un recóndito enigma del que más vale no intentar averiguar nada. Y ese sentimiento de extraño desasosiego se recrudece cuando, desde un alto del camino, se divisan las montañas que se alzan por encima de los tupidos bosques que cubren la comarca.
Nada menos extraño que las contradicciones que se descubren en el hombre.