Un viernes, en la Sagrada Comunión, dijo estas palabras a su indigna esclava: Te prometo, en la excesiva misericordia de mi Corazón, que su amor omnipotente concederá a todos los que comulguen Nueve Primeros Viernes de mes seguidos, la gracia de la penitencia final; no morirán en mi desgracia y sin haber recibido los Sacramentos; mi divino Corazón será su asilo seguro en el último momento.
Todo aquello que siente, conoce, quiere y tiene la facultad de desarrollarse, es celestíal y dìvino y por esa razón tiene que ser inmortal.
¿Y el hombre? Nada por sí mismo, no será más que una parte de un todo, y es entonces cuando habiendo perdido la vanidad de su pequeño y mezquino individualismo, ¡será feliz en este edén que él habrá creado!
Aquí estoy y estas estrellas están -la alta meseta- los rastros del edén -y el árbol peligroso- ¿Son el paisaje de la confesión? Y si confesión, ¿También absolución?
De lo que estoy convencido es de que un país que pretende hacer de su cultura una de las herramientas de su renacimiento económico no puede al mismo tiempo ser la Somalia de la propiedad intelectual. Es decir, no puede ser al mismo tiempo el paraíso de la piratería digital
Este planeta puede ser un paraíso en el siglo XXII
No me gusta poner etiquetas. Cualquier tipo de etiqueta limita. No me interesa la literatura que excluye, la literatura que se hace para un solo grupito de iluminados que viven en un olimpo separado de los demás.