No hay nadie menos afortunado que el hombre a quien la adversidad olvida, pues no tiene oportunidad de ponerse a prueba.
Trabajo con deleite y sin fatiga, y soy tan afortunado de desatinos que luego que pongo de letra de molde mis majaderías, me acarrean los ochavos a porrillo, y los pesos duros a mojicones, de modo que, en cuarenta y dos años que llevo ya a la cola de escritor de kalendarios y bobadas, he ganado más de novecientos mil reales.
Pobre juventud: ¡Qué fácil es naufragar! dichoso aquel que estuvo en peligro entre el oleaje del mar y logró llegar a la orilla.
¡Cuántos son los que con voces llenan los cielos y tierra y sin cesar de sus labios se desprenden duras quejas! ¡Cuán dichoso yo sería, van diciendo, si pudiera hacer esto o bien aquello! -¡Hazlo! La suerte contesta, y en vez de crecer su dicha, crecen a veces sus penas, que sólo es dichoso el hombre que con poco se contenta, a su suerte se acomoda y delirios no alimenta.
Lo peor es la autocomplacencia. En esta compañía nunca nos hemos confiado. Yo nunca me quedaba contento con lo que hacía y siempre he tratado de inculcar esto mismo a todos los que me rodean
Si bien uno está contento de pertenecer a una red cultural, llega un momento en que se necesita más tiempo para la reflexión. De lo contrario, ésta es superficial, demasiado rápida, sin tiempo para asimilar, criticar, sopesar. Hace falta más tiempo para ensimismarse, para reflexionar en silencio y soledad.
Finalmente se llegó al extremo de introducir todo Aristóteles en el corazón de la teología y de forma tal que su autoridad es casi más venerable que la de Cristo.
Los hombres sienten desprecio por la religión y temor porque sea cierta. Para remediar esto, es necesario empezar por demostrar que la religión no es contraria a la razón; después, que es venerable y digna de respeto; a continuación, hacerla amable e inducir a los buenos a desear que sea cierta y por último, probar que lo es.
No pongáis vuestro afecto en la soberanía mortal y no os regocijéis con ella. Sois como el pájaro incauto que con plena confianza canta sobre la rama, hasta que de repente, la muerte cazadora lo derriba al polvo, y la melodía, la forma y el color desaparecen sin dejar rastro. Por tanto, tened cuidado, ¡Oh esclavos del deseo!
Las gracias que hoy te adornan, los dones inmortales que la naturaleza gentil te prodigó, tu eterna vestidura de encantos virginales, tu nombre bendecido cantar pretendo yo.
Siempre quise hijos, y me siento bendecido por tener esa clase de amor alrededor mío, y voy a hacer lo imposible para que ellos amen el mundo y no sean personas malcriadas. Quiero que vean el mundo con asombro, y sin miedo, que tengan metas y vivan la vida plenamente, yo estaré siempre a su lado. El propósito de mi vida son mis hijos.
El viejo doctor fausto ve a la joven campesina dormida en el camino y ¡adiós sus libros, su conocimiento, su filosofía!