El concepto del derecho que no corresponde a un deber es un derecho burgués, detrás del cual se esconde alguna alimaña de clase.
Desconfiemos siempre de los que nos creen capaces de mayores triunfos de los que hemos podido lograr. Es el modo pérfido de considerarnos fracasados.
Los temores, las sospechas, la frialdad, la reserva, el odio, la traición, se esconden frecuentemente bajo ese velo uniforme y pérfido de la cortesía.
Nada más fácil que hacerse aplaudir por un canalla o la chusma.
¿Quiénes van a hacer la revolución social, sino los estafadores, los desdichados, los asesinos, los fraudulentos, toda la canalla que sufre abajo sin esperanza alguna? ¿O te crees que la revolución la van a hacer los cagatintas y los tenderos?
No es lo que los otros hacen ni nuestros propios errores lo que más nos daña, es nuestra respuesta. Si perseguimos a la víbora venenosa que nos ha mordido, lo único que conseguiremos será provocar que el veneno se extienda por todo nuestro cuerpo. Es mucho mejor tornar medidas inmediatas para extraer el veneno.
Todo está bien, ya soy un poco dios en esta soledad, con este orgullo que ha tendido a las horas una ballesta de palabra.
La esencia de la acción es transgredir con una energía irracional el límite en el que está fijado la racionalidad.
Sólo lo que es irracional -lo que es inanalizable por los sentidos, pero que tiene cualidades sensibles-, puede ser obsesivo.
Un político, que extermina hombres para ascender, es considerado, según su éxito, como un facineroso o como un héroe.
Nada ni nadie puede compensar a las numerosas víctimas de la lacra terrorista por la irreparable pérdida de sus vidas, por el sufrimiento que genera sus heridas o por la dolorosa huella que dejan sus cicatrices.