Nunca estés sin una mujer, porque estar sin mujeres, es como estar en prisión, por eso alguien inventó a las prostitutas, para que aquel que no pueda mantener una, al menos pueda alquilarla para tener agradable compañía, así que ya sabes hermano, nunca estés sin mujeres, que eso no es saludable en la vida de un hombre.
Si no luchas por solidaridad hazlo al menos por ego, ¿o te gusta ser solo una cifra tratado cual borrego?
Que no pase un día sin leer o escribir por lo menos una línea.
Si, si siento que he hecho las cosas como son, más bien tengo es una invasión por lo menos en el sentido que todo el mundo se da de cuenta de lo que uno va a hacer, y entonces eso se llena por dentro, se llena en el espíritu, por donde quiera, por todas partes, hablan...
El hombre debería estar en su anhelo tan separado de sí mismo que no debería pensar en nadie ni en nada que no fuera deidad en sí misma, ni tan siquiera en la bienaventuranza, ni en esto ni en lo otro, sino en Dios como Dios y la deidad en sí misma... Por eso separa todo añadido de la deidad y tómala desnuda en sí misma.
Sin que nosotros podamos impedirlo, el velo que recubre ese espectáculo llamado vida se desgarra en miríadas de copos ilusorios y, de todo cuanto se desarrollaba ante nuestros ojos, no quedan ya ni tan siquiera las sombras de una quimérica realidad.
Las mujeres, con notables excepciones, son más inteligentes que nosotros, o cuando menos más sinceras consigo mismas sobre lo que quieren o no. Otra cosa es que se lo digan a uno o al mundo. Se enfrenta usted al enigma de la naturaleza. La fémina, babel y laberinto. Si la deja usted pensar, está perdido. Recuerde: corazón caliente y mente fría. El código del seductor
Si lo piensas, la vida te golpea pero cuando menos te lo esperas llega tu recompensa, así que ten paciencia
Jamás en el ámbito de los conflictos humanos, tantos han debido tanto a tan pocos
Los diálogos son admirables, tanto como los personajes que acompañan al protagonista, y las situaciones y sensaciones que se suceden son tan francas y espontáneas que cuesta abandonarlas y dejar de vivir en el genuino mundo de Fernández. Revista Ñ.