El contemplar una vida que una pasión violenta -de la índole que sea- ha vuelto miserable es siempre algo más instructivo y altamente moral. Eso rebaja, con una ironía aullante, tantas pasiones banales y manías vulgares, que uno queda satisfecho al pensar que el instrumento humano puede vibrar hasta ese extremo y subir hasta tonos tan agudos.
La mayoría de los hombres emplean la primera parte de la vida en hacer miserable el resto de ella.
Así como cae exánime la mariposa en el umbral, sorprendida por el cierzo helado, así también todos los pensamientos terrenos deben caer muertos ante el templo.