La tierra, por la magnificencia de sus horizontes, las frescuras de sus bosques y la pureza de sus fuentes, ha sido y continúa siendo la gran educadora y no ha cesado de llamar a las naciones a la armonía y a la conquista de la libertad.
Mirara hacia donde mirara, ya fuera hacia la tierra durmiente o a las vastas regiones del espacio, la magnificencia del mundo estaba más allá de la mente humana, se advertía la sublimidad de Dios y la majestad de su presencia.
La grandeza de una nación depende, en un sentido real, de lo bien que hablan sus ciudadanos. Las cosas buenas se desarrollan a partir de un pueblo que sabe realmente cómo usar el lenguaje y qué lo usa bien.
No existen países pequeños. La grandeza de un pueblo no se mide por el número de sus habitantes, como no se mide por la estatura la grandeza de un hombre.
¿De qué sirve, joven, contar, si no es para borrar de la memoria todo lo que no sea el origen y el fin? Nada entre el origen y el fin, nada, una planicie, árida, la salina, entre él y yo, nada, la vastedad más inhóspita, entre el suicida y el sobreviviente.
Oh, hermana, cuando vengo a llamar a tu puerta, no te alejes, crearás pena. El tiempo es un océano pero termina en la costa, quizá tú no me veas mañana.
En mi opinión, he sido un niño pequeño que, jugando en la playa, encontraba de tarde en tarde un guijarro más fino o una concha más bonita de lo normal; el océano de la verdad se extendía, inexplorado, delante de mí.
El viejo doctor fausto ve a la joven campesina dormida en el camino y ¡adiós sus libros, su conocimiento, su filosofía!
Lo justo debe ser la medida real con que se regule la mayoría y excelencia del poder.
El amor por excelencia es el amor imposible, ésa es la gran lección en términos de erotismo de nuestra época.
Sentir que detrás de cualquier cosa que pueda ser experimentada existe un algo que nuestra mente no puede captar y cuya belleza y sublimidad nos alcanza indirectamente y como un débil reflejo, eso es religiosidad. En ese sentido yo soy religioso
Mirara hacia donde mirara, ya fuera hacia la tierra durmiente o a las vastas regiones del espacio, la magnificencia del mundo estaba más allá de la mente humana, se advertía la sublimidad de Dios y la majestad de su presencia.
Ya que su serenísima majestad y sus altezas exigen de mí una respuesta sencilla, clara y precisa, voy a darla, y es ésta: Yo no puedo someter mi fe ni al papa ni a los concilios, porque es tan claro como la luz del día que ellos han caído muchas veces en el error así como en muchas contradicciones consigo mismos
Si los que vienen alimentaran su nostalgia con una buena postal, al menos, del paseo nosotros seriamos capaces de recibirlos aquí en gloria y majestad pero ellos tienen su tambor y nosotros el nuestro.
La magnanimidad o grandeza de ánimo, según el nombre nos lo muestra, también consiste en cosas grandes.
Hagamos una guerra de virtudes si es posible, procurando cada cual superar al enemigo en honradez, buena fe, magnanimidad