Cuando un hombre de letras alemán deseaba antiguamente dominar a su nación, le bastaba con hacerle creer que había alguien dispuesto a dominarla. Al punto quedaban todos tan intimidados que se dejaban dominar con gusto por quien fuese.
Que un día pase formar parte del código de honor del oficial alemán el principio por el cual la rendición de un distrito o una población resulte impensable.