El hombre más feliz del mundo es aquel que sepa reconocer los méritos de los demás y pueda alegrarse del bien ajeno como si fuera propio.
No he conocido a nadie que fuera capaz de alegrarse como ella de las cosas sencillas de la vida: personas y animales, estrellas y libros, todo le interesaba, y su interés no se basaba en la altivez, en la pretensión de convertirse en experta, sino que se aproximaba a todo lo que la vida le daba con la alegría incondicional de una criatura que ha nacido al mundo para disfrutarlo todo.
El que no posee el don de maravillarse ni de entusiasmarse más le valdría estar muerto, porque sus ojos están cerrados.
Hay que regocijarse de que las espinas estén recubiertas de rosas.
¿No es triste irse a la tumba sin llegar a preguntarse por qué has nacido? ¿Quién, ante semejante pensamiento, no habría saltado de la cama, ansioso por comenzar de nuevo a descubrir el mundo y regocijarse por ser parte de él?
Ya no podré combatir mis pasiones, aprovecharé todas las oportunidades para excitar tus deseos y me esforzaré en conseguir tu deshonra y la mía.
Sexy, pero no para excitar a los hombres, que esos con cualquier cosita tienen..., sino para que una mujer se guste a sí misma y se sienta bien en su piel.