No somos gente sencilla que cree en la felicidad, ni alfeñiques que caen a tierra desolados ante el primer revés, ni escépticos que observan el esfuerzo sangriento de la marcha de la humanidad desde las alturas de una inteligencia burlesca y estéril. Creyendo en la lucha, aunque sin abrigar ninguna ilusión al respecto, estamos armados contra toda desilusión.
Ayer amaneció el pueblo desnudo y sin qué ponerse, hambriento y sin qué comer, el día de hoy amanece justamente aborrascado y sangriento justamente
Cuando la ley y la moral se encuentran en contradicción, el ciudadano se encuentra en la cruel disyuntiva de perder la noción de lo moral o de perder el respeto a la ley, dos desgracias tan grandes una como la otra y entre las cuales es difícil elegir.
El miedo es el más ignorante, el más injurioso y el más cruel de los consejeros.
La verdad contada de modo inflexible tendrá siempre sus lados escabrosos.
La fortaleza de un ejército estriba en la disciplina rigurosa y en la obediencia inflexible a sus oficiales.
La vida en el rascacielos comenzaba a parecerse al mundo exterior: la misma crueldad implacable enmascarada por una serie de convenciones corteses.
A un hombre sólo le pido tres cosas: que sea guapo, implacable y estúpido.
Antes que te cases, mira lo que haces Este refrán puede aplicarse por entero al ajedrez. Y lo mejor es no prestar atención a la conducta del rival. Pues es un encuentro reñido puede uno comprender mal a su contrincante o caer en una añagaza psicológica.
Creo que, en última instancia, el nacionalismo está reñido con la democracia
No es tan fiero el león como lo pintan.
Y apenas al enigma obscuro y ciego el engañado huésped dado había no acertada respuesta, cuando luego pagaba al monstruo fiero su osadía; por los ojos echando vivo fuego con uñas y con dientes lo hería; o bajaba escapando de sus brazos, por las penas haciéndose pedazos.
Cuando tenía quince años, estaba empeñado en aprender; a los treinta, contaba con una base firme; a los cuarenta, ya no tenía dudas de nada; a los cincuenta, conocía la ley del cielo; a los sesenta, tenía los oídos bien abiertos; a los setenta, era capaz de satisfacer los deseos de mi corazón sin excederme.
Los niños son el reflejo de la verdad y la alegría que muchos de nosotros nos hemos empeñado en olvidar alguna vez.