Se aferró a ese jirón de esperanza. Sabía que le amaba. Eso no había cambiado. La misma noche anterior había hecho el amor de forma frenética, como alguien que saciara una sed terrible. Y después de que él quedara satisfecho había rodado encima de él, besándole con avidez, jadeando entre su barba mientras gozaba una y otra vez, hasta quedar tan exhausta de placer que no pudo seguir.
Afortunadamente había comprado uno de esos abrigos de pelo de camello llamados machlah que cubren a un hombre desde la espalda hasta los pies; con mi barba ya larga y un pañuelo enrollado alrededor de la cabeza, el disfraz estaba completo.