La historia de la sociedad -versa este catecismo de perogrulladas- consiste en que al comienzo existía la familia, esta célula de toda sociedad; luego la familia aumentó hasta una tribu, y ésta, hasta formar un Estado.
Si una sola célula, en condiciones adecuadas, se convierte en un hombre en el espacio de pocos años, seguramente no puede haber ninguna dificultad para comprender cómo, en condiciones adecuadas, la célula puede, en el transcurso de incontables millones de años, dar origen a la raza humana.
Entonces la persona habrá conseguido un sentimiento de su propia pequeñez e insignificancia ante la grandeza del universo y de los propósitos de Dios respecto a éste... Reconocerá que hay propósitos que oscilan en arcos mucho mayores que su diminuto orbe, y procurará ponerse en armonía con ellos. Sin entregarse al sentimentalismo, se dará cuenta de que depende de Dios.
¿Qué aspecto presentaría la vida si no estuviera desprovista de sentido? La insignificancia absoluta es la base sobre la que descansa.