Cuando nuestros dedos se tocan, siento un extraño y excitante escalofrío por todo el cuerpo. Retiro la mano a toda prisa, incómoda. Debe de ser electricidad estática. Parpadeo rápidamente, al ritmo de los latidos de mi corazón.
Existe, en verdad, un magnetismo, o más bien una electricidad del amor, que se comunica por el solo contacto de las yemas de los dedos.
Una pequeñita corriente ha cavado el enorme foso, ha abierto esas profundas hendiduras a través de la arcilla y la dura roca, ha esculpido las gradas de sus pequeñas cascadas, y por los hundimientos de tierra ha formado esos amplios círculos en sus orillas.
En estos momentos estamos en el desierto del Sahara. Nos estamos posicionando para entrar en la corriente del Golfo.