Socorrer al caído es acción digna de reyes
Y, ¿Con qué aliciente? La gloria. ¡Oh! ¡La gloria, que casi siempre arroja sus laureles sobre el ataúd, donde han caído derribadas por el hambre del cuerpo ó los supremos dolores del alma! No importa. Con la planta herida por los abrojos del camino y la frente iluminada por los resplandores de la fe en los destinos humanos, ellas las obreras del pensamiento, continuarán laborando.