Advirtió el disgusto que sus palabras la habían causado; no le fue difícil comprender que su vanidad de mujer hermosa no toleraba que en su presencia se hablara de ninguna otra belleza, y arrepentido como el mejor penitente, se sentía dispuesto a pedirla que le perdonase...
La peor verdad sólo cuesta un gran disgusto. La mejor mentira cuesta muchos disgusto pequeños y al final, un disgusto grande.
¡Corazón! ¡Ponte en pie! Cierra tu herida. Seca tu llanto, alegra tu mansión, olvida tu dolor, tu pena olvida, cubre de flores, tu sutil guarida y hoy que la primavera te convida, ¡Corazón, ponte en pie, cierra tu herida toma el tricornio y canta, Corazón!
Y dale alegría, alegría a mi corazón, afuera se irán la pena y el dolor. Y ya verás, las sombras que aquí estuvieron ya no estarán.
Cuando un hombre rebaja su talento únicamente para ponerse al nivel del lector, comete un pecado mortal que éste no le perdonará nunca, suponiendo, por supuesto, que se dé cuenta de ello. Puede uno decirle al hombre cosas atroces, pero enalteciendo su vanidad.
... el pueblo, en todas partes, rebaja a sus deidades hasta su propio nivel y las considera meramente como una especie de criaturas humanas, algo más podesas e inteligentes.