(...) la doctrina del pecado de Pablo, el Pecado Original. Qué teoría demente, que el hombre nace maligno, y qué cruel. No se encuentra en el judaísmo. Pablo la creó para explicar la Crucifixión, para dar sentido a la muerte de Cristo, que en realidad no tiene sentido. Una muerte para nada, salvo que creas en el Pecado Original.
La muerte es la sombra que confiere plasticidad a la vida.
Ser humano exige ver lo perecedero y el mismo perecimiento como elementos de nuestra propia condición.
La vendimia está empapada por las lluvias continuas; aunque quieras, tabernero, no puedes vender vino puro.
Vino mi hermana a buscarme, pero no quiero ir a La Plata. A la noche me llevo una revista, miro las fotos, me distraigo un rato y me quedo dormido. Me la gasté toda. Di mucho sin mirar a quién.
En el fondo del hombre hay una noche irresistible. Cada anochecer, los hombres y las mujeres se quedan dormidos. Se hunden en esa noche como si las tinieblas fuesen un recuerdo.
La teoría de la reencarnación es el punto de partida de la historia del hombre.
El destino es el carácter. Basta con que un político, un juez, un obispo o un militar sea un tipo vanidoso, frustrado, ambicioso, desconfiado, rencoroso, frívolo o simplemente estúpido para que estas pasiones vulgares en una partida de taberna, desorbitadas por el poder, lleven a una sociedad al cataclismo.
Mira que la edad miente, mira que del almendro más lozano parca es interior breve gusano.
Frágiles desolaciones aspiradas por la muerte, más allá de las torpes persecuciones del tiempo, la tempestad se deleitaba ante su fin tan próximo.
Hay muchísimas mujeres que piensan que con tal de no llegar hasta el fin con un amante, pueden al menos permitirse, sin ofender a su esposo, un cierto comercio de galantería, y a menudo esta forma de ver las cosas tiene consecuencias más peligrosas que si su caída hubiera sido completa.
Voy a seguir trabajando hasta el final
Fenómenos inexplicables acaecerán en la atmósfera y la Tierra en el final de finales. La ciencia se encontrará corta y pequeña. Ante ellos callará en reservas. El hombre más dúctil comprenderá que es allegado el grande instante de la advertencia, pero aguardará en confianzas. Voces de orantes gritarán: Es ya el Cataclismo, llega ya el fuego de los cien fuegos. Orad
Cuando vio este nuevo libro sobre su mesa de noche, apilado sobre el que había terminado la noche anterior, estiró la mano automáticamente, como si leer fuera la primera y única tarea evidente del día, la única forma viable de negociar el tránsito del sueño al deber.
La grandeza del hombre está en ser un puente y no una meta: lo que en el hombre se puede amar es que es un tránsito y un ocaso.
Los países no tienen destino. Ninguna vida tiene un destino. En la modernidad la desaparición del término lleva al hombre a ser responsable de lo que le pase, para bien o para mal. La aparición de los sistemas políticos aspira a que esa responsabilidad no se vaya a la orilla de los totalitarismos.
Aquél que desdeñe la caída de la mortalidad infantil y la gradual desaparición de las hambrunas y de las plagas puede arrojar la primera piedra sobre el materialismo de los economistas