En Inglaterra, un hombre que no puede hablar de moral dos veces por semana a un gran auditorio popular e inmoral no tiene nada que hacer como político serio.
El maestro aprende de sus alumnos, el auditorio estimula al actor, el paciente cura a su psicoanalista, siempre y cuando no se traten como objetos, sino que estén relacionados entre sí en forma genuina y productiva.