Si la torre Eiffel representara la edad del mundo, la capa de pintura en el botón del remache de su cúspide representaría la parte que al hombre le corresponde de tal edad; y cualquiera se daría cuenta que la capa de pintura del remache es la razón por la cual se construyó la torre
¡Oh sueño de felicidad! ¿Es esto en verdad La torre del faro que veo? ¿Es ésta la colina? ¿Es ésta la iglesia? ¿Es éste mi propio país, el mío?
De las almas creadas supe escoger la mía. Cuando parta el espíritu y se apague la vida, y sean hoy y ayer como fuego y ceniza, y acabe de la carne la tragedia mezquina, y hacia la altura vuelvan todos la frente viva, y se rasgue la bruma... Yo diré: Ved la chispa y el luminoso átomo que preferí a la arcilla.
Toda esa gente, ahora y aquí, pedimos políticos a la altura de las circunstancias que negocien nuestro futuro con sentido común y profesionalidad.
El genio es un ajustamiento promontorio del infinito.
Pero en el espíritu, al que lo infinito dotó de alas, el sueño es más real que todas las verdades. El mundo no es; se crea cada vez que el estremecimiento de un principio atiza las ascuas de nuestra alma. El yo es un promontorio en la nada que sueña con un espectáculo de realidad.
¡Duerme! Mientras se despierte del alba con el lucero el vigilante tropero que repita tu cantar, y que de bosque en laguna, en el repente o la hierra, se alce por toda esta, tierra como un coro popular.
El sueño permite, sostiene, retiene y saca a luz una extrema fineza de sentimientos morales, a veces incluso metafísicos, el sentido más sutil de las relaciones humanas, de las diferencias refinadas, un sabor de alta civilización, en resumen, una lógica consciente, articulada con una delicadeza inaudita que sólo un vigilante trabajo podría conseguir.