Soy de la opinión de que los amores juveniles realizados son una cursilada insoportable, mientras que los frustrados engendran magníficas deformidades psicológicas que más adelante permiten retraser el momento en que echar un polvo es como subir un saco de arena a un décimo piso con los tobillos atados el uno al otro
¿Qué hacer con el teatro? Mi respuesta, si tengo que traducirla en palabras, es la siguiente: una isla flotante, una isla de libertad. Irrisoria, porque es un grano de arena en el torbellino de la historia y no cambia el mundo. Pero es sacra, porque nos cambia a nosotros.
Se ha perdido una idea del teatro. Y mientras el teatro se limite a mostrarnos escenas íntimas de las vidas de unos pocos fantoches, transformando al público en voyeur, no será raro que las mayorías se aparten del teatro, y que el público común busque en el cine, en el music-hall o en el circo satisfacciones violentas, de claras intenciones.
La atracción del virtuoso para el público es muy parecido al del circo para el público. Siempre existe la esperanza de que algo peligroso pueda suceder.
Aún no termino de creérmelo, he podido aportar mi granito de arena al marcar un gol tan significativo para la selección. Tras anotar el gol que le dió la victoria a España en la Copa del Mundo Sudafrica 2010
La arena del desierto es para el viajero fatigado lo mismo que la conversación incesante para el amante del silencio.
Se derrama el misterio como un papel ajado, atropellando nuestro circo de asombro, todo el esperar castillos y brujas para salirnos del cuerpo como buscando los ángeles, los barriletes huidos, esos interminables bosques de lobos y caperuzas, esas casas de chocolate, de enanos y gigantes, esos silencios de la siesta en que uno cree volver al beso.
La atracción del virtuoso para el público es muy parecido al del circo para el público. Siempre existe la esperanza de que algo peligroso pueda suceder.