Lo que caracteriza el poder de la Iglesia no puede ser nunca el tipo de poder de la soberanía política o de dominio de la técnica. Tal afirmación no intenta condenar el poder político como tal, tampoco condena la espada de la justicia que aparece en la carta a los romanos. Lo que condena es la identificación de la Iglesia con el poder político.
La afirmación de los derechos humanos (en contraposición a los derechos de los animales) no es propiamente una razón emotiva nada más; los individuos poseen derechos, no porque sintamos que deberían, sino debido a una investigación de la naturaleza del hombre y del universo.