Hay gente en ocasiones que deseas que fuera un libro, para así poder cerrarla con un sonoro y seco golpe de la mano, sin marcar la página, y devolverla luego para siempre al lugar en que por derecho corresponde: los mustios anaqueles de una rancia biblioteca.
En la palabra habitan otros ruidos, como el mudo instrumento está sonoro y a la avaricia congelada en oro aún enciende el ardor de los sentidos.