Las corrientes, las cascadas y los saltos, son los grandes fenómenos de la vida del arroyo. No siendo todavía bastante fuerte para regularizar completamente la inclinación de su lecho, y minar las bases de la roca, arrasar los salientes de la piedra y reducir a polvo los cantos esparcidos, tiene el arroyo que salvar estos obstáculos saltando por encima o escaparse por los lados.
El arroyo que yo he visto salir a la luz, tan limpio y alegre en el manantial, no es ahora más que una alcantarilla, en la que toda una ciudad arroja sus desechos.
Hay muchos escritos en los que no queda -como el espectáculo que ofrece un riachuelo bañando de agua clara los pequeños guijarros- sino el recuerdo de las palabras que se escaparon.
Frecuentemente hallé el dolor: vivir era el riachuelo estertoroso, agónico; la llama retorciéndose en la pira; el cabello en la ruta, inútil, roto.
Sus detractores afirman que es necesario plantar allí las malas hierbas, que no nacen espontáneamente; que importan del Canadá los cardos silvestres, y que tienen que mandar buscar al otro lado del mar un tarugo para tapar una grieta a un barril. Todas éstas y más extravagancias solo muestran una cosa: Nantucket, definitivamente no es Illinois
El primer ministro canadiense Pierre Trudeau visitó la ciudad siberiana de Norilsk: Trudeau lamentó que Canadá nunca había tenido éxito en construir una ciudad tan grande tan al norte, sin darse cuenta -o sin preocuparse-, de que Norilsk había sido construida por prisioneros.