Nuestra disposición a ser incomprendidos, nuestra orientación al largo plazo y nuestra tolerancia a fallar de manera reiterada son las tres partes de nuestra cultura que hacen posible que hagamos las cosas que hacemos
El viaje desde la estación hasta Tejados Verdes siempre había sido una parte muy agradable de los fines de semana que Anne pasaba en casa. Siempre recordaba su primer viaje desde Bright River, con Matthew. Había sido en primavera, y ahora era diciembre, pero a lo largo del camino, todo parecía decirle: ¿Recuerdas? ¿Recuerdas?
Su cuerpo había sido macerado hasta tal punto de que ahora sólo le quedaban los nervios. Su cuerpo estaba extendido como un velo sobre una roca
Vi al horrible fantasma de un hombre extendido y que luego, tras la obra de algún motor poderoso, éste cobraba vida, y se ponía de pie con un movimiento tenso y poco natural. Debía ser terrible; dado que sería inmensamente espantoso el efecto de cualquier esfuerzo humano para simular el extraordinario mecanismo del Creador del mundo.
No dezía las leguas que andava, porque si el viaje fuese luengo largo no se espantase y desmayase la gente
En la vida que vivimos, nuestras percepciones son, tal vez siempre, percepciones de partes, y nuestras conjeturas acerca de las totalidades son corroboraciones o refutaciones de continuo por la presentación posterior de otras partes. Tal vez ser por esto que las totalidades nunca pueden ser presentadas, ya que ello implicaría una comunicación directa.
A veces me pregunto por qué continúo descendiendo a los infiernos. Creo que lo hago para encontrarme con el ser humano.
Ningún enemigo puede permanecer durante tanto tiempo como el persistente adversario de las perturbaciones mentales, que carece de principio y de fin.
Descartes pasó largas temporadas en la cama sujeto a la persistente alucinación de que estaba pensado. Tú no estás libre de un trastorno similar.
El terror engendra terror, presto siempre a convertirse en contraterrorista terror: inacabable dialéctica de la violencia.
Muda la admiración, habla callando, y, ciega, un río sigue, que -luciente de aquellos montes hijo- con torcido discurso, aunque prolijo tiraniza los campos útilmente.