Cuando esta propensión (a la conservación o al cambio) se hace explícita y el hombre se impone como meta la adquisición del conocimiento del bien en su vida y en la sociedad, entonces surge la filosofía política.
No me caigo bien a mí mismo, dijo alguien para explicar su propensión a la sociedad. El estómago de la sociedad es más sólido que el mío, me aguanta.
Dios ha creado al hombre como un animal sociable, con la inclinación y bajo la necesidad de convivir con los seres de su propia especie, y le ha dotado, además, de lenguaje, para que sea el gran instrumento y lazo común de la sociedad.
La capacidad del hombre para la justicia hace la democracia posible, pero la inclinación del hombre hacia la injusticia hace a la democracia necesaria.
La mente humana, al encontrarse frente a otra mente más potente que ella, tiene tendencia a olvidarse de sí misma.
Lo distinto de la tiranía global de hoy es que no tiene rostro. No es el Führer, ni Stalin ni un Cortés. Sus maniobras varían según cada continente y sus maneras se modifican de acuerdo a la historia local, pero su tendencia panorámica es la misma: una circularidad.
El trabajo es la vocación inicial del hombre, es una bendición de Dios, y se equivocan lamentablemente quienes lo consideran un castigo.
Solo aquél que esté convencido de que no se desintegrará aunque el mundo, desde su punto de vista, sea demasiado estúpido o demasiado mezquino para merecer lo que él pretende ofrecerle, sólo aquel que sea capaz de decir ¡A pesar de todo!; tiene vocación política.