Pero, ¿cuantas veces tendremos que repetir que los anarquistas no queremos imponer nada a nadie; que no creemos ni posible ni deseable querer el bien de la gente por la fuerza y que lo único que queremos es que nadie nos imponga a nosotros su voluntad, que nadie pueda imponer a los demás su forma de vida social de no ser libremente aceptada?
El hombre, siendo libre y autónomo, reconoce que los otros son igualmente libres y autónomos. Y, de modo inverso, él solo es libre y autónomo si es libremente reconocido como tal por los otros.