La moralidad es, en las ideas como en los actos, una forma de virilidad nada más, y la simple existencia de la repulsiva inmoralidad intelectual que domina en Europa y América demuestra hasta qué punto de decrepitud, lógica allí, temprana aquí, hemos llegado.
Si el periodismo es todavía una fuerza ciega, la culpa es del periodista. No hay ningún sacerdocio más alto que el del periodista; pero, por lo mismo, no hay sacerdocio que imponga más deberes, y por lo mismo, no hay sacerdocio más expuesto a ser peor desempeñado. De ahí principalmente la inmoralidad del periodismo.