Nunca jamás una carta a nadie, un mensaje, un retrato, ni la más leve esperanza. Siempre, a través de los años, el mismo silencio, la misma espera sin fin. Tan sólo aquel airoso caballo negro y aquella alegre yegua blanca que, al caer la tarde, solían mirar el castillo desde un promontorio, para enseguida escapar muy junto galopando como alma que lleva el diablo y sacudiendo sin cesar las crines.
Compro de todo. Pero no me puedo poner cualquier cosa. Lo guardo en el armario. Llevo unos pantalones negro de Stephen Sprouse, una camiseta negra, un jersey negro de cuello vuelto, una camisa negra, una chaqueta negra de piel y unas Adidas
Era un barco de antigua escuela, más bien pequeño si acaso, todo él con un anticuado aire de patas de garra. curtido y atezado por el clima, entre los ciclones y las calmas de los cuatro océanos...