Gota pequeña, mi dolor. La tiré al mar. Al hondo mar. Luego me dije: A tu sabor, ¡Ya puedes navegar! Más me perdió la poca fe...La poca fe de mi cantar. Entre onda y cielo naufragué. Y era un dolor inmenso el mar.
El Poeta se hace vidente por medio de un largo, inmenso y razonado desarreglo de todos los sentidos.
Queda este enorme cansancio, la débil certeza de no saber nada, de no querer ya nada, de conformarnos con esta tarde en la playa y con los ojos pálidos del mar, los que no ven, los hechos para ser contemplados.
Eran las cuatro y media de la madrugada. Las estrellas cuchichearon entre sí, detrás de los abanicos, y algo como un enorme chorro de champagne, arrojado por una fuente azul, se dibujó en Oriente. Era el cometa. La luna, esa gran bandeja de plata en donde pone el sol monedas de oro, se escondía, desvelada y pálida, en el Oeste. Los luceros y yo teníamos frío.