En el odio nazi no hay racionalidad: es un odio que no está en nosotros, está afuera del hombre, es un fruto venenoso nacido del tronco funesto del fascismo pero está afuera y más allá del mismo fascismo.
El venenoso griterío de una mujer celosa resulta más mortífero que los colmillos de un perro rabioso.
Con la invención de la bomba atómica he llegado a ser la muerte, el destructor de mundos.
El ateísmo ha sido un principio destructor de toda organización social que niega al hombre la posibilidad del consuelo y toda esperanza.