Reconocía mi propia voz creativa filtrada a través de esas seis cuerdas, pero había claramente algo más. Notas y acordes se han convertido en mi segunda lengua y, cada vez más a menudo, ese vocabulario expresa lo que siento cuando el lenguaje me falla.
¿Será verdad hasta cierto punto que no hay frontera definitiva entre lo bueno y lo malo? Obviamente, se trata de una cuestión de grado, pero tampoco estoy convencido de que la diferencia entre los buenos y los malos sea tan ambigua, como creería mucha gente ordinaria. Hay criterios que nos posibilitan delimitar claramente las dos categorías.