Cuando nos hayamos organizado bajo estos severos preceptos morales, y hayamos tomado el puesto que nos está señalado en la marcha del mundo, recién entonces podremos experimentar la dulce y retempladora melancolía que produce la conciencia del deber cumplido en su más alto concepto.
Un mundo marquetizable, computable, planificable, orientable y analizable, según los oráculos de la economía, organizado desde el poder económico.