Ahora tengo veintiocho años y en realidad soy más ignorante que muchos escolares de quince. Es cierto que he reflexionado más, y que mis sueños son más amplios y grandiosos, pero les falta el equilibrio (como dicen los pintores); y me es imprescindible un amigo con el suficiente sentido común como para no burlarse de mi romanticismo, y que pueda con su afecto controlar mis sentimientos impulsivos.
Para el orgullo constituye una especie de placer el burlarse de los defectos que no se tienen y ese tipo de satisfacciones resultan tan gratas al hombre y especialmente a los imbéciles, que es muy raro ver que renuncien a él.
Saber reírse de uno mismo delante de cualquiera desconcierta mucho. Un humor autocrítico proyecta un poder que la mayoría no está acosutmbrada a combatir. Si yo me he reído de mí mismo delante de ti, me puedo permitir el lujo de reírme de ti contigo y tú vas a querer estar a la altura, para que nos divirtamos.
Si se me diera la oportunidad de hacer un regalo a la siguiente generación, sería la capacidad de reírse cada cual de sí mismo