Lo que desde ya sabemos afirmar de América es que estamos enamorados extrañamente de ella. Y ese amor, como todo gran amor, es una prueba. Prueba que arroja sobre nuestras incapacidades e imperfecciones una luz resplandeciente y cruel.
¿Quién podría afirmar que una eternidad de dicha puede compensar un instante de dolor humano?
Si uno dice todo el tiempo ¡maldición!, así es difícil animarse y salir de la crisis