Uno puede estar dispuesto a recibir una bofetada, siguiendo el precepto evangélico al pie de la letra; pero uno no tiene derecho a dejar que los fuertes abofeteen a los débiles.
El mismo Dios que prohíbe que los hombres se asesinen unos a otros es el que ha establecido que la muerte es el precepto universal que prolonga la vida: morimos para que los demás puedan vivir