Aún queda el recuerdo de la biblia arrojada por Atahualpa que determinaría su sentencia a muerte, y con él, el recuerdo de toda una civilización indígena obligada a aceptar la cruz y la espada como elementos de vida a seguir...
Por ello amo la noche, cima donde se me da su gracia. Ni desnudez ni ropaje. El llega a las cuevas de mi corazón alargando las galerías redondas de mis ojos. Yo le penetro como espada suya a cambio de la claridad con que él me traspasa.