Si una nube lejana me saluda, si hay un ave que canta, si una muda y recóndita brisa inmola el desaliento de las rosas, si hay un rubor de sangre en la imprecisa hora crepuscular, yo me conturbo y tiendo mi sonrisa.
Quiero ser las dos niñas de tus ojos, las metálicas cuerdas de tu voz, el rubor de tu sien cuando meditas y el origen tenaz de tu rubor.