Se había acostumbrado a depositar esperanzas en descubrimientos misteriosos y extraordinarios, y por eso se había metido por los callejones estrechos y retorcidos de la sensualidad. No por una perversión, sino movido por una situación espiritual todavía desprovista de meta.
Si frente a una familia, tan sólo pudieran lograr que realmente se miraran unos a otros, realmente se tocaran y escucharan, habrán movido el péndulo en dirección a un nuevo comienzo.