En mis partidas había muchas maniobras y muy pocas combinaciones, demasiados reagrupamientos y escasísimos ataques o asaltos impetuosos. Me hacía falta modificar decididamente la manera de jugar. Sólo un cambio rápido y audaz de todas mis concepciones sobre el arte del ajedrez me podría ayudar a perfeccionarme. Y ante todo, me hacía falta trabajar, trabajar más y otra vez trabajar.
Si queremos un mundo de paz y de justicia hay que poner decididamente la inteligencia al servicio del amor.
Que la condenación pueda ser eterna supone a fin de cuentas que el pecado no tiene fin.