No lograr un tanto de más a costa de lo que fuere, no dejarme llevar únicamente del ansia de vencer, sino jugar partidas artísticas, ricas de fondo, ese era el fin que yo me proponía en los torneos.
Y pasó el hombre sigilosamente, con un poco de asco, mirando a diestra y siniestra, como una reina anciana que visita un hospital. Parecía un tanto avergonzado del espectáculo: de aquellos cajones grises, blancos o negros, que tanto asustan a los hombres, y de aquella luz amarilla y sucia que daba al local cierto aspecto de taberna.