Siempre he tratado de ser abierto. Uno trata de contestar todas las preguntas del periodista, de ser amable, y al final te encuentras con que el tipo mira tu vida no a través de un telescopio, sino de un caleidoscopio. Todo parece fragmentado y distorsionado
Si por casualidad hay que, aún siendo ignorantes de todas las matemáticas, presumiendo de un juicio sobre ellas por algún pasaje de las escrituras, malignamente distorsionado de su sentido, se atrevieran a rechazar y atacar esta estructuración mía, no hago en absoluto caso de ellos, hasta el punto de que condenaré su juicio como temerario.
Al declararse un incendio o la noticia inesperada de una muerte, en el primer momento de terror, que es un momento de enmudecimiento, nos invade un oscuro sentimiento de culpa, ese reproche amorfo que nos dice: di pues, ¿No lo sabías?
El tirano no es un producto de la generación espontánea: es el producto de la generación de los pueblos. Pueblo degradado, pueblo tiranizado. El mal, pues, está ahí, en la masa de los sufridos y los resignados, en el montón amorfo de los que están conformes con su suerte.
Es preciso fijar perspectivas en las que el mundo aparezca trastrocado, enajenado, mostrando sus grietas y desgarros, menesteroso y deforme en el grado en que aparece bajo la luz mesiánica. Situarse en tales perspectivas sin arbitrariedad ni violencia, desde el contacto con los objetos, sólo le es dado al pensamiento.
Lo bello es siempre raro. Lo que no es ligeramente deforme presenta un aspecto inservible.