Si no entras en la madriguera del tigre, no puedes coger sus cachorros
Robert se detuvo justo antes de llegar al puente. Se quedó un momento allí, luego se puso en cuclillas y miró a través de la cámara. Fue hasta el otro lado del camino e hizo lo mismo. Luego se paró en el puente y estudió las vigas y las planchas del piso, miró la corriente por un agujero que había al costado.
Encontrar un hombre que te ame no te transforma en una cazadora de hombres, porque si lo cazaste, deja de ser un hombre para transformarse en un zorro y el día de mañana abrirá un agujero y se escapará
Solo, con la ventana abierta a las estrellas, entre árboles y muebles que ignoran mi existencia, sin deseos de irme, ni ganas de quedarme a vivir otras noches, aquí, o en otra parte, con el mismo esqueleto, y las mismas arterías, como un sapo en su cueva circundado de insectos.
Un maestro realizado puede enviar oleadas de influencia espiritual hacia mucha gente. Sin embargo, puede estar en una cueva manteniendo un silencio total.
La Cenicienta volvió con la ratonera en la que había tres grandes ratas. La Hada escogió una entre las tres, dándole la preferencia por su barba; y habiéndola tocado con la varilla, se transformó en un fornido cochero con gruesos bigotes.
Si no entras en la madriguera del tigre, no puedes coger sus cachorros
De la ruda labor del brazo vivimos todos, los ignorantes y los sabios. De la cómoda labor de éstos, vive el que puede. No llegan los frutos de su ciencia a la multitud ineducada y zafia; no llegan sus espléndidas luces al fondo del pozo minero, al antro industrial, a la covacha miserable del asalariado
Con frecuencia, un perezoso es un rebelde sublevado ante la idea de estar toda la vida atado a un banco, trabajando para dar placeres al patrón, al que sabe más estúpido y sin más razón que la de haber nacido en un palacio en vez de un cuartucho
Para ella felicidad y vida son una y la misma cosa. Y éstos son sus poemas. Por supuesto, los poemas de una salvaja no son piedras preciosas. Sus poemas son sencillamente piedras que ruedan por el fondo de un río de cauce siempre cambiante, son el murmullo de esas piedras trashumantes por su vereda de agua.
Podemos decir que el Zen libera todas las energías apropiada y naturalmente almacenadas en cada uno de nosotros, que, en circunstancias ordinarias, se hallan trabadas y distorsionadas de modo que no encuentran un cauce adecuado para entrar en actividad.