A momentos me decía lo curioso que hubiera resultado para los otros pasajeros el saber que esos dos hombres, hundidos en el acolchado de cuero de los asientos, eran: uno el próximo asesino y el otro su víctima.
Y terminé siendo mi nombre. Es suficiente ver en el cuero de mis valijas las iniciales G.H., heme ahí. De los otros tampoco exigía más que la primera cobertura de las iniciales de los nombres.
Siempre me gustaron los cómics y la novela negra. Yo quería ser Alberto Breccia y Georges Simenon, pero sólo me dio el cuero para ser Jorge Díaz.
De Itabira traje prendas diversas que ahora te ofrezco: este San Benito del viejo santero Alfredo Duval; esta piedra de hierro, futuro acero del Brasil; este cuero de anta, extendido en el sofá de la sala de visitas; este orgullo, esta cabeza baja...